F.d. ärkebiskop Antje Jackelén står i predikstolen i Uppsala domkyrka.
Foto: Magnus Aronson /Ikon

Sermón en la Asamblea de ACT

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Sermón de Arzobispa Antje Jackelén, en el culto de apertura de la 2018 Asamblea General de Alianza de ACT en Uppsala, Suecia.

Catedral de Uppsala, 28 de octubre, 2018
Mateo 15:21-28 

La esperanza en acción – poniendo a las personas primero. ¡Qué tema fantástico para una Asamblea General! Nuestro mundo anhela esperanza, una esperanza creíble. Detrás de las cuestiones más angustiantes que la humanidad tiene frente a sí, el tema de la esperanza cobra gran importancia.

¿Por qué hay tanto miedo hacia las personas que son desconocidas o simplemente son “otras”?  Porque demasiadas personas carecen de la esperanza que alimenta el valor a pensar y actuar por fuera de los esquemas. ¿Por qué es tan lenta la acción sobre el cambio climático? Porque hay demasiada poca esperanza que libere a las personas para poder entregar algo para un bien mayor. ¿Por qué hay tantas tensiones, conflictos? – y así podríamos seguir preguntando. La falta de esperanza es una condición crítica.

“La esperanza en acción” sostiene que es una esperanza creíble, liberadora y empoderadora. Es una esperanza que no coloca a los procesos burocráticos o al prestigio primero. Pone en primer lugar a las personas. No coloca los intereses propios en primer lugar. Pone a las personas y a su entorno natural y social primero. Además, no coloca a las fallas humanas primero; pone los derechos humanos en primer lugar.

La esperanza es una planta resistente. Puede soportar mucho. Y resiste mucho. Sin embargo, la esperanza es también vulnerable. Necesitamos cultivar nuestra propia esperanza, si queremos promover la esperanza entre las personas en situaciones de crisis, pobreza e injusticia. Orar y confesar, cantar el Kyrie Eleison y Gloria in Excelsis, leer y escuchar la Palabra en las Escrituras, todo ello alimenta la esperanza necesaria para tener valor en la acción y en la incidencia.

Pero, ¡esperen un momento! ¿No les suena un poco extraña la lectura del Evangelio de hoy? En la historia que acabamos de escuchar, justamente Jesús, ¡no pone a las personas primero! A la mujer que pide ayuda, le es negada. Solamente al final se le concede ayuda. Al comienzo de esta Asamblea General, se nos entrega una historia sobre la fe que lucha, que lucha por la vida de una hija. Una fe que lucha hasta con el propio Jesús!

Aquí viene ella – la mujer cuyo nombre desconocemos. Se la recuerda por el ruido que hace, por su discusión con Jesús. Él es duro con ella, pero ella supera con su audacia a la dureza del amor de Jesús. Al final, ella gana: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres,” dice Jesús. Su hija fue sanada. 

Jesús aparece muy humano en esta historia, ¡quizás demasiado humano! Había trabajado intensamente y partía, por fin, hacia unas merecidas vacaciones en la Riviera fenicia. ¡Al fin iba a disfrutar de un tiempo para sí mismo junto a sus discípulos! Inoportunamente, aparece esta mujer local. Es avasalladora y pide ayuda para su hija, que es atormentada por un demonio. No sabemos cuál sería el diagnóstico hoy día: quizás depresión, epilepsia, anorexia u otro trastorno serio. De todas formas, la madre grita desesperadamente, pidiendo ayuda.

Jesús no escucha. ¿No es comprensible? ¿No puede siquiera tomarse un día libre? ¿No alcanza con tener la responsabilidad por la propia gente de uno? ¿Tiene la obligación de cuidar al mundo entero? Por añadidura, la cultura y la tradición le dan la razón al ignorar a la mujer: para un judío de su época, no se acostumbraba tener contacto cercano con gente de Fenicia. 

Los discípulos también están molestos: “¡Despídela! Es vergonzosa.” La mujer insiste. La primera reacción de Jesús es: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Según las reglas, a ella no le corresponde ser asistida. Perdón, no perteneces al grupo correcto. Quedas afuera. 

Su situación parece imposible. Sin embargo, ella no solo persevera, sino que llega aún más cerca y se arrodilla frente a Jesús clamando “Señor, ayúdame.” Se humilla por el bien de su hija. Las madres y los padres hacen cosas extraordinarias para ayudar a sus hijos e hijas. Las madres y los padres realizan esfuerzos inhumanos y sufren tratos degradantes para dar a sus hijos e hijas el futuro que ellos nunca han tenido. Trabajan en múltiples lugares, ruegan, huyen, migran.

Jesús no va al encuentro de la mujer sin nombre, sino lo opuesto: “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos,” le dice. Increíblemente, una vez más ella resiste la tentación de ceder, aunque tendría suficientes razones para sentirse ofendida, incluso discriminada. El padecimiento de su hija es el motor de su valor – y de su ingenio. Es lista, persuasiva y da justo en el blanco: Así es, Señor “pero aún los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.”  ¡Un punto para ella! Jesús, quien pensaba que había sido enviado solamente para su gente, se lo replantea y cambia de idea.

Qué historia impactante: a Jesús se le hace cambiar de opinión a causa de la fe de una sola mujer que tiene el valor y la resistencia para pedir ayuda pese a todo. Su duro encuentro con Jesús hace que Jesús cambie la forma como percibe su misión. Forma la ética cristiana, incluido el trabajo de la alianza ACT, hasta nuestros días. Esta persistente mujer cambia por completo el discurso. El verdadero evangelio se convierte en un poder que traspasa las fronteras que separan a las personas de las personas. Ya no podemos referirnos a Dios como el Dios de un clan, una nación, ni siquiera de una religión. Dios, el creador de cielo y tierra, abraza a toda la creación.

La Biblia sabe de muchas personas que han luchado en la fe y personas que han cuestionado la fe. La mujer sin nombre no está sola: Sara, cuestionando la promesa de parto a su avanzada edad; Jacob, en el río Jaboc, que no dejaba ir al Dios desconocido hasta que le bendijera; Marta en Betania, cuestionando la tardía llegada de Jesús a la tumba de su hermano; Tomás dudando de la resurrección de Cristo. Y el luchador más conocido de todos, Job, quien dice: “Dios me ha despojado de mi gloria, Y quitado la corona de mi cabeza” (19,9). Deshumanizado por Dios mismo – eso es lo que Job está diciendo.

Todas estas personas dan testimonio de la fe siendo cuestionadoras de la fe y luchadoras en la fe. Jacob cojea luego de la lucha, pero el sol sale luego de la noche aterradora. La hija de la mujer es sanada. Job proclama al final las palabras que Georg Friedrich Händel ha inmortalizado en la gloriosa Aria de El Mesías: “Yo sé que mi Redentor vive”.

Por lo tanto, ¿qué sacamos en limpio de todo esto en cuanto a una teología que no solo puede hablar de los temas en la Asamblea General de ACT, sino también de los temas en la agenda del mundo en su totalidad? Basándonos en la lectura del Evangelio de hoy, quiero decir que necesitamos una teología de resiliencia, una teología de coexistencia y una teología de esperanza. Y ¿por qué digo esto?

Con una teología de resiliencia, podremos encontrarle sentido a las luchas de mujeres y hombres por la salud, el bienestar y el futuro de sus hijos e hijas. Podremos, una y otra vez, traer la misericordia de Dios a este mundo a través de nuestras palabras y acciones. Que sean palabras de oración y palabras de defensa de los derechos humanos, la igualdad, la paz, la justicia y la reconciliación. Que sean la ayuda humanitaria y el apoyo al desarrollo. Con una teología de resiliencia, podremos enfrentar las tendencias y fuerzas que obstaculizan nuestro compromiso constructivo ante los mayores desafíos de nuestro tiempo. Podremos afrontar la polarización que quiebra lo que debería estar unido y trabajar en unión. Podremos resistir al populismo que pone a las personas y a las llamadas élites en contra unas de otras. Podremos contrarrestar el proteccionismo que coloca al propio país, la propia gente y los propios intereses primero, a expensas del bien común. Podremos luchar contra la post-verdad, el desprecio hacia la verdad que desfigura la tríada fundamental de la verdad, el bien y la belleza. Y podremos vencer al patriarcado, que priva al mundo de que mujeres, niños y niñas florezcan en plenitud, deshumanizando al final, tanto a mujeres como a hombres.

Con una teología de coexistencia, podremos reexaminar algunos límites que dañan a nuestra vida y trabajo en común. Podremos promover visiones más adecuadas de la naturaleza y escuchar el anhelo ardiente de la creación que aguarda la manifestación de los hijos de Dios (Rom. 8:19-23), lo cual nos pondrá en una posición más efectiva para abordar el tema del cambio climático de forma holística. Con una teología de coexistencia, tendremos un mayor deseo de escuchar las historias de quienes están sufriendo y van a sufrir por el deterioro de su medioambiente y de sus posibilidades de sustento. Sabremos escuchar mejor las voces de los pueblos indígenas.

Con una teología de esperanza, por último, habrá razones para esperar el cambio. Si una mujer logró que Jesús cambiara de idea, entonces es posible que las personas cambien de idea. Tanto si se refiere a nuestras propias ideas, como a las de las otras personas. Con una teología de esperanza, podremos contrarrestar las narrativas de odio y miedo con narrativas de amor y esperanza. Si escuchamos con detenimiento a la voz de la esperanza, las palabras finales de Jesús en el evangelio de hoy pueden volverse verdad para ustedes y para mí también: “Oh, mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” Amén.